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Discursos

Discurso por el Aniversario de la USAT (2021)

Somos una Universidad Católica con una identidad propia. Nuestra identidad no radica en la catolicidad con la que nos presentamos, sino, en nuestra condición de universidad. Resulta bastante paradójico que ahora se tengan que hacer diferencias entre universidades laicas y universidades católicas, cuando en el fondo todos sabemos que las universidades nacieron en el seno de la Iglesia Católica, es más, la palabra Universidad, nombra un concepto clarísimo, la universalidad del conocimiento, y este concepto ha sido tomado de la dimensión universal de la Iglesia Católica. El fenómeno cultural que se denomina Universidad ha encontrado un nombre proprio en la catolicidad de la Iglesia. Si quisiéramos ser escrupulosamente correctos, deberíamos saber que, cada vez que decimos Universidad, en el fondo, -lo sepamos o no-, estamos afirmando la universalidad del conocimiento y la catolicidad de la Iglesia como su origen conceptual. No podemos darle la espalda a nuestra identidad esencial.

Nuestra identidad goza además de una fuerte responsabilidad histórica. En este año celebramos en el Perú los 200 años de vida republicana y en este marco conviene recordar que las universidades antes de la independencia y hasta los primeros cien años de nuestra vida republicana eran solamente católicas, no podía ser de otro modo, la Iglesia siempre ha asumido su misión de transmitir cultura, libertad y catolicidad a todos los pueblos. Si hay alguna institución social que tenga el deber histórico de formar las mentes de los jóvenes, esa ha sido y será siempre la Iglesia Católica. No podemos darle la espalda a nuestra identidad histórica.

En Chiclayo nuestra Universidad poco a poco va asumiendo la misión de formar cada vez a muchos más jóvenes. Somos conscientes de nuestras carencias y al mismo tiempo de nuestras virtudes. Asumimos la responsabilidad de nuestros errores y agradecemos, -a Dios y al esfuerzo de todos ustedes-, cada uno de los éxitos logrados. Estamos viviendo un periodo singular con esta pandemia que no sabemos cuándo terminará, pero aún así, nuestros estudiantes y docentes han demostrado un verdadero compromiso con el deber. La historia de esta universidad estará en deuda con todos los buenos estudiantes y profesores que no dejaron de cumplir su deber con responsabilidad y a la altura de las circunstancias. No podemos darle la espalda a nuestros profesores y estudiantes.

Ahora bien, nuestra identidad esencial e histórica nos impulsa a desempeñar nuestra misión al servicio de la juventud. Tenemos un compromiso con la cultura en su totalidad, la cual debe ser transmitida en toda su verdad y con toda la exigencia debida. Asimismo, tenemos un compromiso histórico de formar las mentes de nuestros jóvenes para que sean libres. Qué grande es esta palabra: ¡libertad! Y qué grande es nuestra labor que nos compromete a transmitirla. Debemos repetirnos una y otra vez, somos una universidad libre, que forma personas libres, que ayuda a todos a alcanzar la verdadera libertad. Cuando no se trabaja desde la libertad y para la libertad se cometen los peores errores.

La libertad tiene tanto que ver con el conocimiento y tanto que ver con la Universidad. Necesitamos libertad para enseñar, libertad para aprender, libertad para investigar y publicar resultados, libertad para pensar. Pero siempre libertad en la verdad, no libertad aparente, no una libertad entendida como liberación, sino libertad para la verdad, libertad desde la verdad, libertad en la verdad. Todas las dimensiones de la libertad tienen un único fundamento: la verdad. Jesucristo les dijo una vez a sus apóstoles: la verdad les hará libres. Tenemos la tarea resuelta, enseñemos la verdad y la libertad vendrá en consecuencia; sin embargo, nos ponemos ante una pregunta que tenemos que responder si queremos hablar con sentido: ¿cuál es esa verdad que sirve de fundamento a la libertad?

Al inicio decíamos que como universidad tenemos una identidad propia y hemos mencionado algunos rasgos de esta identidad. En este sentido, cuando nos preguntamos por la identidad de cualquier objeto nos preguntamos por su esencia, por lo que es en sí, por su naturaleza. Lo mismo podemos hacer para responder a la pregunta que nos hemos planteado. Si estamos buscando la verdad que sirve de fundamento a la libertad, y esta libertad es una dimensión humana y solamente humana, entonces la verdad tendrá también este rasgo esencial. Por diversos caminos la libertad humana nos dejará ver la verdad que le sirve de fundamento, que no es otro que la naturaleza humana. La naturaleza humana, nuestra condición de ser humanos, es la verdad que sostiene la libertad en la que debemos vivir y la libertad que debemos enseñar. Además, esta condición de ser seres humanos -como decían ya los filósofos griegos y romanos- nos hace tener una dignidad especial. La libertad entonces no solo tiene un fundamento verdadero, sino también uno digno, lo que comúnmente llamamos: nuestra dignidad humana, nuestra condición inalienable de ser personas.

Me parece importante hacer esta mención respecto al fundamento de la libertad que se encuentra en nuestra condición de ser personas humanas porque quiero compartir con ustedes una pregunta que muchos cristianos se vienen haciendo en estas circunstancias de pandemia que estamos viviendo, la pregunta es: ¿hemos perdido libertad con las cuarentenas durante este tiempo de pandemia? Para ser más concretos, ¿se ha violentado la libertad religiosa con las restricciones que han impuesto las autoridades competentes? Y para ser muchísimo más concretos, ¿hemos hecho bien obedeciendo a todas las restricciones? No creo que tengamos respuestas similares sobre todo porque se trata de responder a un fenómeno que aún no termina, no obstante, quisiera compartir algunas reflexiones.

En primer lugar, si la libertad tiene su fundamento esencial en la dignidad personal de cada ser humano, entonces una dimensión tan importante como la libertad religiosa y su reconocimiento, nos habla del valor que le damos a la dignidad misma de cada ser humano. Para hacernos una idea, cuando el Concilio Vaticano II quiso hablar de la libertad religiosa, no usó un documento dogmático y mucho menos un decreto, empleó como instrumento una Declaración, que espero que todos hayan podido leer: la Declaración Dignitatis Huamnae. Es que no podría ser de otra manera, la libertad y todas sus dimensiones, como la libertad religiosa y la libertad de conciencia que está muy unida a la primera, no se conceden, se reconocen. Con su declaración el Concilio se unió a todos los documentos que desde la antigüedad reconocen que el hombre es un ser religioso por naturaleza, que esta dimensión no se le puede prohibir, simplemente porque es parte de su naturaleza. La declaración del concilio intenta ayudarnos a pensar la libertad religiosa y non enseña que esta es ante todo inmunidad de coacción en materia religiosa y al mismo tiempo inmunidad de coacción en materia de conciencia. El Concilio nos enseñó que respetando la libertad religiosa se respeta la dignidad de la persona porque se respeta su conciencia y la libertad de vivir conforme a ella, en público como en privado, de forma solitaria o asociándose a otras personas (Cf. DH, 2).

Reconocer el fundamento de la libertad religiosa en la dignidad de la persona y sobre todo en la conciencia personal nos permite pensar que las restricciones y los límites a los que debe estar sometida esta libertad de conciencia y de religión vienen dados por la misma naturaleza humana. La única autoridad que puede restringir la libertad de religión es la conciencia misma, non hay otra. Una autoridad de cualquier otra clase no tiene ningún poder, no debería tenerlo. Sin embargo, hay un aspecto muy particular en el que libertad religiosa y autoridad política se encuentran; se trata de la vida pública y el bien común. Y precisamente la dimensión pública de la libertad religiosa es la que se encuentra en cuestión en estos tiempos de pandemia.

La Iglesia siempre ha defendido en su doctrina social el valor del bien común como principio fundamental para la vida en sociedad. Como nos enseña el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, la libertad religiosa y la libertad de conciencia se ejercen públicamente sin afectar el bien común cuando se desarrolla en una comunidad política gobernada por una autoridad legítima, bajo leyes justas y en un orden moral objetivo, claro y saludable (CDSI, 421). Pero ahora, que estamos en una situación de pandemia, que se nos presenta en muchos aspectos como una novedad, ¿cómo podemos estar seguros de que la libertad religiosa y la libertad de conciencia puedan ser ejercidas sin afectar al bien común? Este es nuestro verdadero problema, y debemos evitar de dar una respuesta insensata o apresurada, y, sin embargo, no podemos dejar de responder.

No sería conveniente alargar más este discurso, simplemente les haré recordar que nuestra misión de formas jóvenes libres, llenos de ciencia y de valores morales también incluye la formación de las conciencias. Formar correctamente las conciencias de los jóvenes no significa adoctrinarlos o hacerles pensar como nosotros, significa en cambio ayudarles a ser conscientes del valor de su propia dignidad humana y de la inviolabilidad de la que goza la conciencia humana personal. Si por un lado no podemos atentar contra el bien común que es un principio fundamental de la vida en sociedad, por otro lado, no podemos dejar de defender la sacralidad de la libertad de conciencia y de religión que nos garantizan la libertad más íntima y personal. Nadie le puede reprochar nada a quien actúa buscando siempre el bien común y al mismo tiempo tampoco le podemos reclamar algo, bajo ninguna condición, a aquél que actúa siguiendo el dictamen de su propia conciencia personal.

Que Dios nos ilumine que tenemos mucho que aprender y mucho que dar en nuestra misión educativa, sobre todo a nuestros jóvenes. Gracias nuevamente a todos por su labor, que Dios les bendiga y nos ayude a todos a seguir trabajando y a superar unidos esta pandemia, hagámoslo por nuestra sociedad chiclayana que tanto lo necesita y hagámoslo también por quienes ya no nos acompañan, en su memoria y en su honor.

Muchas gracias a todos.

+Robert F. Prevost, O.S.A.

Obispo de Chiclayo

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