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Discursos

conferencia ser y misión en la universidad de hoy

Dr. José Manuel Pagán Agulló
Rector de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir

Mis primeras palabras quieren ser de felicitación y de agradecimiento. Felicitación a la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo, por estos primeros 25 años de vida y agradecimiento a su rectora, la Dra. Patricia Campos Olazábal, por su invitación para participar en esta celebración y poder compartir con ustedes mis reflexiones acerca del “Ser y Misión de la Universidad hoy”.

He estructurado mi intervención en tres partes:

  1. En la primera, les trasladaré una visión de lo que considero es la Universidad como institución, y de cuál entiendo que debe ser su misión hoy.
  2. En un segundo momento, me detendré en una breve descripción de la realidad que viven nuestros jóvenes estudiantes, que son la razón de ser de la Universidad.
  3. Por último, me referiré a los Profesores, piedra angular de todo proyecto universitario.

 

1.- LA UNIVERSIDAD, UN LUGAR DONDE FLORECER Y AVIZORAR LO INÉDITO

Aunque pueda resultar obvio, es necesario recordar en un acto como éste que la Universidad no es algo material, no es un conjunto de edificios, ni un catálogo de títulos. La Universidad es una institución que tiene un proyecto, un propósito compartido de Profesores y Estudiantes, donde lo fundamental es la formación de personas, la forja de virtudes y la formación intelectual. En definitiva, la Universidad entendida como un lugar donde florecer.

  1. Formación de personas.

Educar es ayudar al joven a florecer en las distintas etapas de su vida. El alumno es protagonista en ese florecimiento, es él y sus condiciones peculiares las que deben guiarnos en el arte de enseñar. No se puede educar a quien no puede o no quiere aprender; pero siendo esto así, es necesario que conozcamos bien a los estudiantes que tenemos en el aula, teniendo siempre presente que sus limitaciones no deben impedirnos percibir el más, lo que todavía no existe. Los profesores estamos llamados a ser magnánimos cuando pensamos en nuestros estudiantes.

El profesor Ken Bain en su célebre libro Lo que hacen los mejores profesores universitarios escribió que los mejores profesores son aquellos que sí pueden conseguir peras de lo que otros consideran que son olmos, personas que ayudan constantemente a sus estudiantes a llegar más lejos de lo que los demás esperan, incluso más lejos de lo que ellos mismos pueden imaginar.

Florecer significa alcanzar una vida grande, esa grandeza que supone ir más allá de la utilidad, ir más allá del mercado laboral o de los deseos del joven. Éste es un riesgo con el que convivimos en la universidad contemporánea, que no es otro que esa visión utilitarista de la Universidad, esa obsesión con la empleabilidad de nuestros alumnos, que ciertamente es un fin, pero no es el fin último ni el fin principal de la Universidad. Tampoco lo es satisfacer los deseos de los estudiantes, de los jóvenes; más bien de lo que se trata es de transformar esos deseos, de enriquecerlos y, porque no y cuando sea necesario, de frustrarlos. Es importante que nuestros jóvenes experimenten y se entrenen en la frustración; de igual forma que tienen que aprender a diferenciar entre deseo y necesidad, muchas veces hoy se vive el deseo como una necesidad que hay que atender y satisfacer en todo momento, en toda circunstancia.

Una amenaza que experimenta hoy la Universidad tiene su origen en esa afirmación de que la Universidad no puede ser una torre de marfil separada del mundo, sino que debe dar respuesta a las necesidades de la sociedad y esto, que aparentemente uno podría compartir, esconde un riesgo mortal para la institución universitaria. Y es que muchas veces se confunde sociedad por mercado, de tal forma que es el mercado el que identifica unas necesidades que se traducen en mano de obra cualificada, de tal forma que se quiere convertir a la Universidad en proveedora de mano de obra cualificada para el mercado ¡Cuidado con esto! La Universidad es mucho más que eso y, lo más importante, los estudiantes son mucho más que mano de obra, por cualificada que ésta sea. No dejemos que la educación universitaria se instrumentalice, huyamos de una educación utilitarista y apostemos por una educación liberal como la entendía y la vivía el cardenal John Henry Newman.

El acto educativo debe buscar la excelencia que le es propia, no el provecho futuro de un cambiante mundo laboral. Y cuando hablo de excelencia, no me refiero a ser mejor que otros, sino a ser mejor que uno mismo, a alcanzar la cota de grandeza a mí destinada.

  1. Forja de virtudes.

En segundo lugar, la Universidad debe ser un espacio para la forja de virtudes, que es mucho más que la “educación en valores” de la que ahora se habla. Necesitamos que nuestros jóvenes, pasen de los valores, entendidos como un conjunto genérico y abstracto de ideales, a las virtudes, entendidas como un conjunto muy concreto de disposiciones o hábitos operativos buenos. Hábitos operativos en cuanto que lo importante no es estar de acuerdo con ellos sino realizarlos, integrarlos en la vida de uno. Y porque son hábitos buenos no demandan solo una adhesión intelectual desde la razón sino también una inclinación desde el afecto.

El profesor Rémi Brague advierte del peligro que ha supuesto renunciar a las virtudes y los mandamientos en favor de los valores, y es que cuando se habla de valor, se presupone que ha habido de antemano una valoración. Y ahí está el peligro, el concepto de valor supone que la realidad, en sí misma, no vale nada y que somos nosotros los que le atribuimos un valor; pero lo cierto es que no somos nosotros los que hacemos que algo sea bueno, de ahí la necesidad de retornar a la virtud para salir del relativismo cultural en el que nos encontramos.

La educación de los jóvenes debe mirar, ante todo, a la generación, al cultivo de virtudes, intelectuales y éticas o morales. Virtudes intelectuales que respondan a una pregunta “teórica”: ¿qué me es bueno y necesario saber? Y virtudes éticas o morales que responden a una pregunta “práctica”: ¿qué me es oportuno y adecuado hacer?

  1. Formación intelectual.

En tercer lugar, quiero poner en valor la formación intelectual, que junto a la formación de personas y a la forja de virtudes, de las que hemos hablado, dan respuesta a la misión de la Universidad como lugar donde el estudiante pueda florecer.

Es fundamental transmitir a los jóvenes los hábitos y pasiones de la reflexión tranquila, conscientes de que la actividad intelectual nutre una vida interior.

La profesora Zena Hitz en su libro Pensativos, el placer oculto de la vida intelectual señala que: “El mundo del que inicialmente buscamos escapar no está en el exterior, sino dentro de nosotros mismos y es parte de nuestras motivaciones intrínsecas. Ejercer el amor por aprender es huir de lo peor de nosotros, intentar ir más allá de aquello que nunca nos basta”, aquí está la clave.

La atracción de lo superficial y de lo egoístamente útil se enraíza con la propia fragilidad humana. Hoy no vemos la vida intelectual como algo atractivo, no vemos la vida intelectual con claridad porque sentimos devoción por estilos de vida ricos en comodidad material y superioridad social. Hoy, los criterios imperantes son los de utilidad, comodidad, riqueza y estatus.

Estos son los modelos que las distintas plataformas, a modo de fuente, suministran a nuestros jóvenes; fuentes cuya agua no sacia su sed más profunda. Y es aquí donde la Universidad debe aceptar el reto de ser un espacio donde descubrir el poder transformador de la vida intelectual, un lugar donde desarrollar el amor por el aprendizaje, un lugar donde dar cumplimiento al famoso “¡conócete a ti mismo!” del templo de Delfos. Es importante que seamos conscientes de que somos un ser humano limitado y que carecemos de poderes divinos.

La Universidad debe invitar a sus jóvenes a ponerse en marcha; como hizo Abraham, a salir de su tierra, de su parentela, de su comodidad. Qué importante es que nuestros jóvenes sientan esta llamada y descubran su misión.

La vida de San Agustín es una ayuda para nuestros estudiantes, el joven Agustín vivía esclavo del sexo, del honor, de ascender en la escala social, esclavitudes de las que se va liberando a través de la lectura y el estudio filosófico, para convertirse después al cristianismo. La disciplina filosófica le ha preparado para la Gracia que le libera de los engaños y compulsiones de una vida orientada hacia la riqueza, la comodidad y el estatus. Las debilidades y amenazas que rodeaban a Agustín hace más de 1600 años son muy parecidas a las que rondan hoy a nuestros jóvenes.

Por eso la Universidad tiene que ser un espacio donde descubrir, donde desarrollar el amor por aprender. Que nada tiene que ver con la curiositas entendida como ese amor desordenado por el conocimiento, ese amor por el aprendizaje degenerado en “la concupiscencia de los ojos”.

El propio San Agustín hablaba de los amantes del espectáculo, deseosos, decía, del saber por el placer de experimentar y conocer. El amor por el espectáculo busca la mera experiencia, no va más allá del propio espectáculo, no conduce a más preguntas o realidades, se queda satisfecho con la experiencia misma de la búsqueda de emociones vacías.

En el amor por el espectáculo es interminable y repetida la secuencia de emociones que cada vez aporta menos alegría, generándose una sensación de vacío. Esa sensación de vacío, esa falta de satisfacción que uno experimenta con la curiositas son signos de que anhelamos alcanzar bienes reales, anhelamos establecer vínculos con los demás en la verdad, en las profundidades, y no quedarnos en la superficie de las cosas.

Hoy también en la Universidad vivimos una crisis que nos lleva desde la studiositas a la curiositas, que amenaza a profesores y estudiantes y que se traduce en una suerte de hastío, que bien podemos definir como acedia, que lleva a quien lo sufre a apartarse del bien, que se percibe ahora como mal, y que sume a la persona en la tristeza, de la que se pretende salir a través de una insana e insaciable curiosidad, huyendo de su propio ser, hundiéndose en las posibilidades que el mundo le sugiere.

Frente a la curiositas así entendida, el profesor Josef Pieper nos habla de la studiositas, a la que se refiere en los siguientes términos: “quiere decir que el hombre se opone con todas las fuerzas de su instinto de conservación a la fatal tentación de dilapidarse; que cierra a cal y canto el santuario de su vida interior a las vanidades atosigantes de la vista y del oído, para volver a una ascética y conservar, o restaurar al menos, aquello que constituye la verdadera vida del hombre: percibir otra vez a Dios y a su creación” y esto, queridos amigos, es importante: la vida intelectual no puede estar desconectada de la vida espiritual.

  1. La Universidad como lugar donde avizorar lo inédito.

Hablaba en esta primera parte de la Universidad como el sitio donde florecer, pues bien, junto a esto y siguiendo al profesor Alejandro Llano, la Universidad debe ser el lugar donde pensar y buscar el conocimiento nuevo, la Universidad recibe una llamada inequívoca e irrenunciable a la investigación.

Necesitamos una educación tendente a avizorar lo inédito, sin embargo, nos encontramos con un peligro; la visión, cada vez más extendida, de que la research university, la Universidad enfocada a la investigación, es la forma propia de la universidad contemporánea.

Esta cuestión la trata el profesor José María Torralba en su libro Una educación liberal. Elogio de los grandes libros cuando cita a Clark Kerr, defensor de un modelo de universidad que bautiza como “multiversidad” y a la que según él estamos abocados, toda vez que la investigación especializada, la formación de profesionales cualificados y la educación general de los jóvenes estudiantes son proyectos con fines, métodos e interese distintos, si no opuestos. Por tanto y para este autor no cabe otra opción que la multiversidad, donde la división de facultades y departamentos por áreas de conocimiento dificulta la interdisciplinariedad, la integración.

Llegados a este punto nos podemos hacer la pregunta de si tenemos que elegir entre docencia e investigación en la universidad o si una universidad liberal siguiendo al cardenal Newman tendría que dedicarse sólo a la docencia, y la respuesta es no, rotundamente no. El propio Newman fue un excelente investigador y en la universidad que fundó en Dublín procuró que se hiciera investigación desde el principio. Para Newman el centro de la vida universitaria se encuentra en la docencia, pero la investigación debe ser una necesidad del profesor y es una inequívoca e irrenunciable llamada para la Universidad. La Universidad debe ser el lugar donde pensar y buscar el conocimiento nuevo, el lugar donde aprender a descubrirlo.

Hasta aquí la primera parte de las tres en las que he estructurado mi intervención.

 

2.- LOS JÓVENES, RAZÓN DE SER DE LA UNIVERSIDAD.

Quiero compartir en esta segunda parte algunas reflexiones que nos ayuden a conocer la realidad que viven nuestros jóvenes, conscientes de que no se puede querer lo que no se conoce; y que no se puede transformar aquello que no se quiere. Tenemos, por tanto, que conocer a nuestros jóvenes, para poderlos querer y ayudarles en su transformación, en su crecimiento.

Voy a distribuir esta parte en cuatro puntos

  1. Libertad y Desorientación.

Un primer punto abordaría el tema de la libertad y la desorientación. Nuestras sociedades democráticas propugnan como valores principales la libertad y la igualdad, una igualdad concebida como que no hay discriminación posible, por ninguna razón, todos somos iguales; y una libertad concebida en nuestra sociedad como mera capacidad de elección entre varias posibilidades, sin que nadie te imponga nada, sin que nadie te influya nada, libre de elegir.

Una libertad entendida como privilegio del individuo para hacer lo que le venga en gana, sin otro criterio que su gusto o capricho. Una libertad que así considerada se enfrenta al compromiso, a la entrega, al deber o a la obediencia, en todos los ámbitos.

A modo de ejemplo, les diré que en un reciente estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas de España se advertía que el 40% de la sociedad española avala ya las relaciones sentimentales abiertas, lo que se conoce como poliamor, al tiempo que se señala en el estudio que la monogamia se considera como algo ya superado. Son varias las campañas publicitarias que en los últimos meses y dirigidas a los jóvenes, normalizan y promueven este tipo de relaciones abiertas.

Este es el ecosistema en el que viven nuestros jóvenes y por eso es necesario presentarles una libertad auténtica, una libertad radical, que está en la raíz de nuestro ser, que está inserta por Dios en su corazón, en nuestro corazón; una libertad que tiene una orientación, una libertad que, en definitiva, tiene un “para qué”.

Para vivir auténticamente esta libertad radical, esta libertad “para”, es necesario ejercitar las libertades “de”; que nos liberemos de las cosas que nos esclavizan, de las dependencias de los malos hábitos.

Muchas personas sienten asfixia por las obligaciones de la vida diaria, piensan que no son libres porque no pueden dedicarse a lo que les gusta. Y ahí aparece el choque entre la entrega y la libertad, entre el cumplimiento de obligaciones y el ejercicio de nuestro libre albedrío.

Esta forma de entender la libertad como autonomía absoluta unida a la falta de referentes, provoca en nuestros jóvenes una desorientación que los convierte en errantes, yendo de un sitio a otro, sin criterio alguno. La Universidad tiene que ayudar a los jóvenes a descubrirse peregrinos y no errantes, peregrinos que se pueden desviar, que se pueden desorientar, pero que mientras tengan un referente, mientras tengan una meta, podrán corregir y volver al buen camino.

Otro efecto que sufren nuestros jóvenes es el afán de ser auténticos. Una búsqueda de autenticidad que tiene un lado positivo, el que uno quiera ser protagonista de su vida es bueno; pero que presenta también un serio riesgo, y es que esa autenticidad se entiende muchas veces como oposición a lo establecido, como un deseo de ser distinto por el mero hecho de serlo, de ser disruptivo por principio.

Otra actitud muy vinculada a esta supuesta autenticidad es la sospecha como actitud vital, que también presenta una parte positiva, en cuanto que a uno le hace estar precavido frente a ciertas estrategias; pero cuando la sospecha se convierte en una actitud vital, cuando se desconfía de todos y de todo, uno se queda solo.

En los momentos decisivos el joven se siente muchas veces así, solo, fruto de esa falta de confianza y todo ello a pesar de estar hiperconectado. Esta situación de soledad lleva al joven, no pocas veces, a buscar “vías de escape”, actitudes consumistas y hedonistas.

Recientemente se publicaba en España el informe del Observatorio de la Soledad No Deseada, de la Fundación ONCE, que señalaba que uno de cada siete españoles se siente completamente solo, entendiéndose por soledad el aislamiento personal no deseado. Y lo que es todavía más dramático, las personas más jóvenes, de 16 a 26 años, son las que más soledad no deseada sufren en España, un 21,9%. Esta es una realidad, nuestros jóvenes muchas veces están solos y necesitados de profesores, de educadores que generen confianza por su modo de ser, por su modo de plantear las cosas, educadores que, en definitiva, atraigan al joven que está necesitado de esa referencia.

  1. Relativismo y emotivismo.

Otra realidad con la que tienen que combatir nuestros jóvenes es la que se deriva del relativismo y el emotivismo circundante. Un relativismo que lleva necesariamente al emotivismo, ese “soy lo que siento” que tantas veces oímos en nuestra sociedad y que aflora cuando el corazón se desboca y comienza a obnubilar nuestra inteligencia y a tiranizar nuestra voluntad; cuando se pierde el equilibro entre razón, voluntad y corazón. Y no nos confundamos, necesitamos jóvenes con un corazón rebosante de amor, personas con sentimientos, pero que huyan del sentimentalismo, entendido como ese descontrol del corazón que hace que tomemos decisiones sólo por motivos sentimentales, por motivos emocionales, por motivos pasionales, sin dejarnos iluminar ni por la luz de la fe ni por la luz de la razón.

Por eso hoy no bastan los argumentos, que son necesarios, hay que apelar a la experiencia, educar a partir de la experiencia, hoy hacen falta maestros que sean además testigos.

  1. Fragilidad y sobreprotección.

Hemos hablado de la libertad y la desorientación, y del relativismo y el emotivismo, hablaré brevemente ahora de la fragilidad y la sobreprotección.

Las nuevas generaciones sufren de fragilidad, los conceptos de bueno y malo suenan hoy demasiado duros. La sociedad tiende a hiperproteger a los jóvenes. Esa hiperprotección nos lleva a la fragilidad, porque no estamos sometidos a los riesgos de la vida que nos ayudan a madurar; como las vacunas que imitan a los virus y las bacterias que causan enfermedades, y que nos administran de pequeños para preparar a nuestro sistema inmune, entrenándole a reconocer y defenderse contra determinadas enfermedades.

Muchos de nuestros jóvenes viven en una burbuja permanente y necesitan de nuestra ayuda para que puedan tomar decisiones, asumir riesgos y ganar autonomía.

Hoy es fundamental generar esperanza, los jóvenes son idealistas, pero encuentran dificultades frente a las que tiran la toalla, no sólo porque son débiles sino porque les falta esperanza.

  1. Superficialidad y condición digital.

Por último, me referiré a la superficialidad. Los jóvenes de hoy tienden a simplificar, son superficiales, pero la realidad muchas veces es compleja y nos hace falta profundizar, tenemos que romper con la tendencia a realizar una lectura superficial o simplista de temas vitales.

Ayudémosles, los jóvenes que llenan nuestras aulas han nacido ya en la era digital, donde parece que solo es real lo digital, y viven en un ecosistema de tecnologías de la interrupción, donde no hay lugar para el silencio, donde la mente calmada, concentrada, sin distracciones ha sido arrollada por un medio, la Red, programado para dispersar sistemáticamente nuestra atención, generándose así un pensamiento acelerado, distraído, superficial.

 

  1. LOS PROFESORES, PIEDRA ANGULAR DEL PROYECTO UNIVERSITARIO

Por último, quiero compartir con ustedes la necesidad de contar con maestros que sean testigos. No hay mayor aspiración como universidad que nuestros estudiantes lleguen a ser jóvenes de corazón atento como el rey Salomón. Una figura que impresiona, hijo y sucesor del rey David, que a una edad muy temprana hereda una tarea ardua y una responsabilidad muy pesada, nada más y nada menos que suceder al rey David. Y el Señor se le aparece en sueños a Salomón, al joven Salomón, y le promete concederle todo lo que le pida en oración; el joven Salomón no le pide larga vida, no le pide riquezas, no le pide la eliminación de sus enemigos, simplemente le pide un corazón atento para discernir entre el bien y el mal.

Jóvenes de corazón atento, esa debe ser nuestra más alta aspiración con nuestros estudiantes, que lleguen a ser jóvenes de corazón atento, que sepan discernir entre el bien y el mal.

El corazón, que en la Biblia no es sólo una parte del cuerpo, es el centro de la persona, la conciencia; el corazón atento es la conciencia que sabe escuchar, la conciencia que es sensible a la voz de la verdad, la conciencia que es capaz de discernir entre el bien y el mal.

Hoy se habla poco del discernimiento, se habla más del pensamiento crítico, pero es curioso que ambos términos, crítico y discernimiento comparten raíz del griego, ambos términos provienen del verbo krinein, que significa separar.

A eso debemos comprometernos como Universidad, a formar jóvenes de pensamiento crítico que sepan discernir, que sepan separar y discriminar; jóvenes de corazón atento como el joven Salomón.

Hombres y mujeres de conciencia, esto es, que al precio de renunciar a la verdad nunca compran el estar de acuerdo, el bienestar, el éxito, la consideración social o la aprobación de la opinión dominante.

Coincidirán conmigo que esta es una aspiración mucho más alta que la mera empleabilidad de nuestros futuros egresados.

Necesitamos profesores que sean conscientes de la valía de su misión, que sean conscientes del encargo que la sociedad les ha encomendado, profesores que cuiden su formación intelectual, lectura, estudio, escritura y reflexión. Profesores que sean coherentes en su quehacer diario entre pensamiento y vida, unidad de vida, en definitiva. Un profesor que viva lo que enseña, que coincida lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Profesores que sean auténticos, esto es, que se muestren tal y como son dentro y fuera del aula; fieles a sus convicciones, leales, sin vaivenes ni altibajos en el trato con los estudiantes; que cumplen las promesas hechas, que no tienen reparo alguno en admitir una equivocación. Necesitamos profesores que sean amantes de su profesión, que hagan de su ejercicio intelectual, de su práctica docente un elemento de servicio a los demás, esa caridad intelectual de la que hablaba el papa Benedicto XVI, que no conciban su actividad como un elemento de vanidad o de acumulación de méritos, sino como un elemento de servicio a los demás. Profesores convencidos de la capacidad humana de aprender y abiertos a las inquietudes profundas de los jóvenes, a quienes comprender y querer; profesores que sean un modelo inspirador para sus alumnos, que quieran a estos y que se sientan queridos por ellos; que se comuniquen con sus alumnos a través de la palabra oral o escrita y a través de los sentidos, la voz, los gestos y la mirada.

En definitiva, necesitamos de profesores que disfruten en el aula.

Y para terminar, déjenme que partiendo de libro de Elisa Valero Ramos, La teoría del diamante y el proyecto de arquitectura, en el que hace una comparación entre el tallador de diamantes y el arquitecto, haga yo ahora lo propio entre el tallador de diamantes y el profesor.

Fundamental en el tallador de diamantes es la mirada atenta y la talla precisa. La mirada atenta en cuanto a que el tallador de diamantes comienza su trabajo con el reconocimiento de la materia prima, de la piedra. Hace falta un examen atento de la realidad y un conocimiento de las características de la piedra preciosa, debe conocer también las dificultades, que se convierten en oportunidades, y todo esto es lo que le permite decidir cómo tallar la piedra.

Seguro que van encontrando ya la similitud del tallador de diamantes con la figura del maestro, del profesor. Esa mirada atenta para conocer es fundamental, por eso es tan importante conocer el sufrimiento de nuestros jóvenes, las amenazas que sufren.

En segundo lugar, la talla precisa, la talla de diamantes y la educación tienen en común dos aspectos fundamentales: primero, el trabajo parte siempre de algo que nos es dado, la creación es transformación de una materia prima, de una realidad existente. No olvidemos que la Universidad está llamada a transformar la sociedad, empezando por nuestros jóvenes. En segundo lugar, la importancia de la precisión en la talla; hay que ser muy exactos en el golpe, porque de lo contrario puedes romper la piedra preciosa. Pues bien, con esa precisión, con esa delicadeza tiene que trabajar el profesor con el joven.

Es, en definitiva, un oficio arriesgado, tanto en la talla de diamantes como en la educación, el trabajo implica un proyecto, se trata de un trabajo en el que participa la sensibilidad y que aúna un componente creativo con una rigurosa preparación técnica. El trabajo no es sólo teórico, sino que lleva una praxis que requiere una lenta y disciplinada preparación.

Recordemos aquí a Antonio Gaudí, arquitecto de la Sagrada Familia de Barcelona, cuando advertía que “para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica”.

Ánimo, perseveremos en nuestra vocación, vivamos la educación como un arte, el arte de despertar en el joven sus potencialidades latentes, para que pueda apreciar los bienes invisibles, para que ponga orden en su sistema de preferencias.

Acabo leyendo el número 10 de la Ex Corde Ecclesiae, la Constitución Apostólica del Papa Juan Pablo II del año 1990, cuando dice que “la Universidad Católica constituye, sin duda alguna, uno de los mejores instrumentos que la Iglesia ofrece a nuestra época que está en busca de certeza y sabiduría”.

No olvidemos nunca, querida comunidad universitaria de la Católica de Santo Toribio de Mogrovejo, que la educación está en el corazón de la nueva evangelización.

Muchas felicidades por estos primeros 25 años de vida.

Muchas gracias por su atención.


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