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Los dibujos de Sverre Fehn: recorrer y mirar con la punta de un lápiz Víctor
Victor Hugo Palacios Cruz.
Escritor, filósofo y gran amigo, además, profesor de filosofía de la facultad de Humanidades en la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo.


Sverre Fehn (1924-2009) fue un arquitecto noruego que desarrolló una obra muy personal influenciada por el legado de Mies Van Der Rohe y Le Corbusier, pero también fuertemente alentada por su relación con dos geografías en apariencia contrapuestas, producto de un significativo viaje a Marruecos, así como de los largos años de su residencia en la isla de Hvasser, frente al fiordo de Oslo. Premio Pritzker en 1997, sus diseños arquitectónicos son, sin embargo, inseparables de un extenso conjunto de acuarelas y dibujos que no se limitan a esbozar las formas que diseñó, sino que son también por sí mismos la práctica de su percepción del espacio y, en particular, de su comprensión del contacto del ser humano con el universo. Comparto unos apuntes sobre las ideas que suscita el estilo de sus trazos, surgidas a raíz de lectura de El dibujo del mundo, un libro de J. J. López de la Cruz y J. M. López-Peláez (Lampreave, 2014), cuyo conocimiento agradezco a mis amigos arquitectos Raúl Gálvez T. e Iván Guerrero R.

La mano de Sverre Fehn que asoma en sus trabajos a lápiz nos recuerda que la corrección y el virtuosismo pueden ser sospechosos. Que el trazo perfecto, o la imitación de lo visible con todas sus convenciones de perspectivas, sombras, volúmenes y proporciones, tiene algo de artificio. Que incluso retiene mucho más nuestra atención un dibujo incompleto, confuso y aun torpe en su apariencia.


fig 01. Dibujo de Sverre Fehn publicado en Opera Completa.

Como esas esculturas del viejo Miguel Ángel en que rostros y extremidades entresalen apenas de un burdo bloque de mármol, el arte de dibujar en este famoso arquitecto noruego es el desplazamiento de una búsqueda que, como tal, es incompatible con la captura exhaustiva y matemática de las cosas.

Querer reproducir los espacios y el mundo en general con cierta minuciosidad óptica tiene algo de impertinencia, pues arruina el encanto de lo que supone el proceso que, por el contrario, es más bien convocante en su carácter esencialmente abierto e inacabado.

fig 02. Esclavo despertándose, Miguel Ángel.

La imprecisión de un garabato guiado por un pulso maestro es, además, la representación más fidedigna de una condición humana que se halla definitivamente alejada de los privilegios epistemológicos de una deidad, como enseña el mito de Eros de Platón. Es por ello, también, el registro de la espontaneidad con que aparecen por todas partes déficits, vacíos y claroscuros dentro de una mente que, en su camino, ha visto crecer sus expectativas y ambiciones.

Al igual que en nuestros anhelos de felicidad y conocimiento, puntuados de triunfos engañosos, los dibujos de Sverre Fehn eluden la nitidez y la transparencia de la racionalidad que Descartes impuso en la tradición moderna: la ansiedad de unas ideas “claras y distintas”. La mezcla, lo difuso y lo intermedio son rasgos propios de quien, en su persecución del saber, sabe en primer lugar y muy socráticamente que sabe poco o nada, y que sus instrumentos son tierna y conmovedoramente quebradizos y modestos delante de lo más próximo y en medio de lo más extenso. “Infinito es el más pequeño fragmento del universo”, decía Nietzsche.

Filosofar es un perpetuo “ir de camino”, escribió por su parte Karl Jaspers queriendo decir con ello, entre otras cosas, que las preguntas importan más que las respuestas. En efecto, la respuesta define, cierra, delimita y esclarece, en tanto que las interrogantes señalan puertas sin abrir y senderos todavía sin hollar. Cuando nos quedamos quietos formulando una pregunta, un más allá sin rostro palpita con fuerza reanudando lo existente.

fig 03. Lo que es la arquitectura, dibujo de Sverre Fehn.

No es casualidad que los trazos de Sverre Fehn tengan también cierto aura infantil. La elementalidad, la simplificación y la inexactitud de nuestras primeras miradas. En el temblor de cada línea –que nunca es impecablemente recta ni impecablemente curva– hay una comunión entre el entusiasmo que experimenta la sensibilidad debutante de un niño y la seriedad experimentada del adulto intelectual. Sin duda, una conciencia interferida por todas las ignorancias aprendidas en su andar.

Como decía Picasso, la diferencia entre el niño que lo mira todo por primera vez y el artista que luego, como él, evoca e intenta recuperar infructuosamente ese candor, está en que el pequeño no cuenta aún con los medios para transmitir lo maravilloso que vive por primera y por última vez.

Por cierto, esas secuencias de Sverre Fehn que van de cuerpos humanos a barcos o a aviones marcan transiciones objetuales que resultan tan naturales como intrigantes a la vez. Son también, visto de otra manera, simulacros de pensamientos. Los saltos trepidantes y no necesariamente lógicos que ocurren durante una divagación o en la explosión de una imaginación efervescente.

fig 04. El laberinto, dibujo de Sverre Fehn, 1992.

En el carácter trémulo de sus trazos se percibe la finura y la dureza de la punta de carbón que recorre la superficie del papel. zY esa materialidad es la que se transforma o evapora por el fluir raudo y minimalista de la mano. Allí es donde se atisba que lo no dibujado o lo que apenas merodea cada rastro es, en verdad, lo más interesante. Es un sacrificio de los detalles –dice Juan José López de la Cruz- “en el que muchos elementos desaparecen para que unos pocos subsistan retratando la posición del dibujante, física y mental, más que la del objeto representado.”

Muy sugerentemente, el propio López de la Cruz alude a propósito al arte parietal de la Cueva de Chauvet, en Francia, donde la superficie de las paredes, sus protuberancias naturales, los líquenes que las cubren y las sombras proyectadas por las antorchas parecieran contener las figuras animales que nuestros antepasados entresacaron por medio de unas representaciones desprovistas de cualquier voluntad de realismo. Por ejemplo, superponiendo extremidades, dejando aquí y allá siluetas truncadas e, incluso, seriando la posición de cuellos y cabezas de un mismo caballo como si se tratara de la tentativa de graficar las fases de un movimiento. Una especie de “proto-cine”, dice Werner Herzog en el bello documental que dedicó a esta cueva del Paleolítico.

fig 05. Pintura rupestre en la Cueva de Chauvet Pont D’Arc, Francia.

Es decir, como si aquellos hombres entendieran que lo que percibimos es solo algo que se entrevé y que, por tanto, no debe ser mostrado de un modo escrupulosamente concreto y fiel, puesto que la indefinición es el gesto más respetuoso que podemos dirigir hacia los hechos, porque ella encarna mejor la reverencia propia del asombro. En la silueta troceada o difusa del perfil de un rumiante sobre la hierba se preserva la magia del encuentro mejor que en los varios ángulos de las cámaras más sensitivas de los documentales naturalistas de la actualidad. En suma, el esplendor de la presencia de las cosas que es siempre inexplicable.

En ese sentido, hasta la ausencia de color en los dibujos de Sverre Fehn es parte de ese despliegue reverente y cauteloso que rehúye lo dogmático que hay siempre en lo limpio y despejado. En sus bocetos y estudios la pigmentación habría supuesto una anticipación despótica, una traición a la realidad vasta y profunda que solo puede cantar en lo que rodea al paso de su lápiz, en la expansión de las elipsis y de lo irresuelto.

Como si en el itinerario que sigue la punta de su útil, el arquitecto evitara profanar el paisaje para dedicarse sobre todo a la contemplación en torno, a la visión profunda o circular que precederá al delineado de una estructura o un edificio.
Esa actitud que no es ingenuidad sino, en todo caso, la sabia inocencia que enaltece la actuación del arquitecto que es, en primer lugar, la de alguien que observa, que recorre y que comprende el lugar donde ha de intervenir. Que, por tanto, no ha de imponer la violencia de lo preconcebido ni el capricho de los desafíos de su vanidosa cabeza, sino que principalmente ha de extraer del espacio y de la vida que en él sucede, de la manera más concisa, indispensable y natural, esos contornos y facciones que solo en la más densa simplicidad podrán ser capaces de abarcar –sin apresarla– la amplitud viva e imprevisible que alberga toda pieza construida.

En suma, la infinitud que exhala la delgada línea del horizonte, justo la figura más persistente y significativa en la obra de Sverre Fhen.

BIBLIOGRAFÍA

Brassaï (2002) Conversaciones con Picasso. Madrid: Turner y Fondo de Cultura Económica.

Jaspers, K (1996) La filosofía desde el punto de vista de la existencia. México: FCE.

López de la Cruz, J. J. y J. M. López-Peláez (2014) El dibujo del mundo. Madrid: Lampreave.

Nietsche, F. (2001) La ciencia jovial. Madrid: Biblioteca Nueva.

“La cueva de los sueños olvidados”, un documental de Werner Herzog. Blog “La lluvia y el café”, recuperado en: https://lalluviayelcafe.blogspot.com/2021/07/la-cueva-de-los-suenos-olvidados-un.html

ÍNDICE DE IMÁGENES

fig 01. Dibujo de Sverre Fehn publicado en Opera Completa.
fig 02. Esclavo despertándose, Miguel Ángel.
fig 03. Lo que es la arquitectura, dibujo de Sverre Fehn.
fig 04. El laberinto, dibujo de Sverre Fehn, 1992.
fig 05. Pintura rupestre en la Cueva de Chauvet Pont D’Arc, Francia.

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