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Articulos Opinión

Etiqueta verde

Por: Raúl Gálvez Tirado- Docente español de la Escuela de Arquitectura USAT

La escasez de recursos y la conciencia social en torno al despilfarro energético y sus consecuencias globales, ha hecho que la ecología irrumpa en el mundo de la tecnología. Esta lógica ha dado cabida a innumerables experiencias de arquitectura y urbanismo bioclimáticos, y la proliferación de una etiqueta verde para arquitecturas equipadas de nuevas tecnologías. El campo de la sostenibilidad arquitectónica ha pasado en muy pocas décadas de ser un discurso originario en el contexto posthippy, con manifestaciones individualistas y románticas, a ser una bandera enarbolada por las grandes firmas de ingenierías y algunos arquitectos que fomentaron la arquitectura high-tech.

En la esfera pública, la ecología se ha convertido en un proyecto ético compartido por muchos ante la emergencia de nuevas amenazas, de nuevas prioridades morales, un activismo que ha recuperado con una voluntad ejemplarizante. En este sentido, el cambio de actitud de la principales compañías eléctricas y petroleras, que desde comienzos de la década de los setenta del pasado siglo se han desplazado paulatina pero persistentemente hacia el liderazgo en los sectores de la energía renovable y los productos constructivos con aplicación a la escala arquitectónica. De esta manera,  antiguas formas de arquitecturas construidas con adobe y madera se han visto relanzadas, así como nuevos protocolos de gestión del agua, la energía y los residuos en los entornos domésticos.

En la década de los noventa se ha consolidado una imagen de la sostenibilidad claramente concentrada en el desarrollo de soluciones inteligentes o activas de cerramiento, que combinan sensores y nuevos materiales para componer cerramientos cada vez más complejos y sofisticados. La expresión y el lenguaje visual de la arquitectura también se han visto afectadas por este proceso ecológico. Los objetos arquitectónicos se naturalizan con la incorporación de los materiales vivos, que han hecho surgir envolventes vegetales.

Este es el emocionante capital con el que hoy contamos, gracias a muchos esfuerzos e ilusiones, pero es importante decir que las estructuras urbanas que hemos heredados se han construido, fundamentalmente, en base a intereses económicos, sin prestarle atención a la sostenibilidad y a los temas sociales, utilizando fuentes de energía que se creían ilimitadas y ocupando el territorio de forma indiscriminada. Sin embargo, existen propuestas que reconocen la relevancia de la naturaleza en los entornos urbanos, estrategias como la permacultura aplicada a las ciudades, principios de diseño agrícola y sociales centrado en el uso de patrones observados en los ecosistemas naturales, con una ética centrada en el cuidado de la Tierra, el cuidado de las personas y una repartición justa. Desde la jardinería y la botánica nos llega una percepción diferentes de los espacios residuales. Descampados, lotes sin edificación o cubiertas a la espera de ser terminadas en algún momento, son llamados tercer paisaje por Gilles Clément. El jardinero francés nos revela estos lugares como espacios potenciales para la transformación en santuarios de biodiodiversidad, reservas no regladas ni reglamentadas, espacios en abierta subversión que puedan aceptar la incertidumbre como factor de desarrollo natural y convertirnos en espectadores de la evolución dictada por la propia naturaleza.

Esta transición hacia lo ecológico poco tiene que ver con acciones rápidas. No se trata de revestir las calles de verde.  El origen de la sostenibilidad como percusor de una gestión de los recursos naturales que permita el equilibrio entre progreso y biodiversidad en las esferas técnica, social y económica es demasiado genérico para tener una aplicación objetivable en el campo de la arquitectura. Es el momento de revisar el espacio público a la luz de este nuevo paradigma. Pensar en él como un mecanismo que favorece relaciones ciudadanas entre los individuos que vivimos en una misma ciudad.

Los techos verdes y jardines verticales nos ofrecen la oportunidad de repensar el espacio urbano de nuestras ciudades en un sentido más ecológico. Se trata de sistemas constructivos que ofrecen un espacio vegetal sobre la cubierta de un inmueble o en una superficie vertical, respectivamente, creado por la adición de plantas a un medio de cultivo. Es imprescindible tener en cuenta el inmueble a intervenir, la vegetación escogida, preferiblemente endémica, el medio de crecimiento y los factores climáticos y ambientales. Además de estas consideraciones, en un jardín vertical se tendrá en cuenta la orientación de la fachada para conocer el tiempo de luz durante el día y el azote de los vientos.

Para contar con el adecuado manejo, la correcta selección de especies y el adecuado mantenimiento, el aporte paisajístico de estas tecnologías se convierte en el resultado del trabajo multidisciplinar entre biólogos, agrónomos, ingenieros, arquitectos y urbanistas.

Entre los beneficios sociales de los techos verdes y jardines verticales podemos enumerar la mejora del paisaje urbano y el aumento del área verde de la ciudad. Iniciativas de pequeños colectivos, como Green Guerrillas en Nueva York, consiguieron en los años setenta hacer algo con el abandono de los espacios en la ciudad. Comenzaron a sembrar sobre terrenos baldíos semillas, creciendo con el tiempo todo tipo de plantas ornamentales. Pronto los vecinos se identificaron con esos espacios y donaron su tiempo y talento para preservarlos. Son los ciudadanos los que tomaron la iniciativa.

Algunos de los beneficios para una economía doméstica son el mejoramiento térmico interior de las edificaciones, la integración de estos sistemas con el aprovechamiento del agua de lluvia y la posibilidad de aprovechar espacios para agricultura urbana de consumo local. Los beneficios ambientales son abundantes, entre los más destacados podemos mencionar la mitigación del efecto de isla de calor que tienen nuestras ciudades, el aumento de la biodiversidad, la conectividad de corredores ecológicos, el mejoramiento de la calidad del agua de lluvia de escorrentía mediante procesos de absorción y filtrado de contaminantes, la captación de carbono durante el día y sobre todo la filtración del aire de partículas nocivas.

Existen iniciativas gubernamentales como las de Suiza, donde se ha aprobado la Ley Federal de Techos Verdes; en Francia, el parlamento aprobó una ley para que todos los edificios de nueva construcción tengan techos verdes o paneles solares; en ciudades como Copenhague y Toronto tienen leyes similares que fomentan iniciativas de políticas verdes; y en nuestro hemisferio, ciudades como Buenos Aires o Bogotá tienen leyes similares a las europeas. Porqué no pensar que ciudades como Chiclayo puedan sumarse a esta iniciativa. Pensar en un nuevo Chiclayo donde las medianeras de los edificios sin terrajear pasan a convertirse en enormes mantos de vegetación endémica y los techos de las viviendas dejan de acumular objetos para dejar espacio a pequeños huertos familiares. Esta nueva situación aportaría un valor estético, social, económico y medioambiental a la ciudad y sus habitantes.

La ciudad es nuestro hábitat más habitual. El entorno que nos es más familiar y en el que se desarrollamos nuestra existencia. Un análisis crítico del diseño urbano y de los edificios con los que convivimos requiere una nueva llamada a la reflexión sobre la necesidad de convertir lo urbano en un importante frente de batalla para hacer de nuestra presencia algo aceptable para el frágil equilibrio natural que nos acoge. La ciudad es el teatro de operaciones donde se representan las oportunidades y conflictos de nuestra interacción con el medio ambiente. Se necesitan aportes que enriquezcan el diálogo entre retos y soluciones para la ciudad. Es importante que tanto las administraciones, que tienen por misión la gestión de lo público, como los usuarios, que somos todos nosotros, aprendiéramos e hiciéramos nuestro el reto. Creo que éste no es tanto el tiempo de la acción precipitada, si no el de reconstruir lentamente las experiencias que acumulamos para conectarlas en unas constantes en nuestra cultura en el que nuestras acciones debe ir encaminado a dotar a los espacio de las condiciones propicias para la vida cotidiana.

 

 

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