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Articulos Opinión

Modelo de ciudad de barrios autosuficientes para un Chiclayo después del Covid19

Por: Arq. Raúl Gálvez Tirado / Arq. José Luis Perleche Amaya / Arq. Jorge Iván Guerrero Ramírez
Escuela de Arquitectura

En un reciente artículo del periódico El País, el sociólogo estadounidense Richard Sennet retaba a los arquitectos a pensar en una ciudad saludable que permita a las personas comunicarse y participar de la vida en la calle, aunque estén separadas temporalmente. En el siguiente texto recogemos el testimonio y tratamos de explorar las posibilidades con cierto optimismo respecto la capacidad de la arquitectura de intervenir en lo que vendrá después de la pandemia en la que estamos inmersos. Nos gustaría ayudar a construir cierta confianza en que la arquitectura tiene los instrumentos para visualizar o afrontar esta situación a partir de algunas estrategias que se presentaban de forma aparentemente visionaria, incluso utópica, que de pronto pueden convertirse en realidad en un presente post covid19.

A muchos arquitectos se les ha preguntado sobre cómo va a cambiar la ciudad, el trabajo y la vivienda y las respuestas suelen ser las más obvias y directas en cuanto a lo que sospechamos: la importancia de la naturaleza en la ciudad, que esta sea además más peatonal, ciclista e inclusiva; los espacios abiertos en los programas domésticos o contar con ambientes de trabajo en las viviendas, entre otras. Son en realidad reclamos que ya tienen mucho tiempo y en ellos la arquitectura ha jugado un papel decisivo, además de asumir algunos de sus fracasos más memorables, porque todos los arquitectos nos hemos sentido decepcionados cuando han cerrado las terrazas de un bloque de viviendas que hemos construido o cuando no hemos logrado convencer a una municipalidad de instalar una red de ciclovías, incluso cuando hemos visto como algo que nos parecía un logro maravilloso con un costo ridículo, fracasaba porque una comunidad de vecinos decidió que tener plantado en la azotea un pequeño huerto era un gasto innecesario.

La evolución de la ciudad ha sido estudiada a través del tiempo, por lo que sabemos que a medida que la economía y la sociedad han cambiado, los modelos urbanos también lo han hecho. Al pensar en la ciudad autosuficiente el objetivo era encontrar el modelo que le permitiera trabajar de manera más eficiente en términos de distribución de infraestructura y población. Del mismo modo, estudiar la evolución histórica de Chiclayo nos debe llevar a entender como estos modelos afectaron los comportamientos y el consumo de recursos. Los orígenes de nuestra ciudad están vinculados, aunque tardíamente, a las políticas urbanisticas heredadas de la colonización española, en las que la estructura urbana se hacía viable por dos formas urbanas opuestas y discriminatorias, y sin embargo, complementarias de acuerdo a la racionalidad colonial hispanoamericana: la ciudad de españoles y el pueblo de indios o “comunes de indios”. Estas reducciones indígenas fueron el complemento de las ciudades y villas fundadas exclusivamente para la población europea y negra. La ciudad era un núcleo mixto de población, que reunía al europeo, al africano y al poblador local. Este modo de ordenamiento espacial urbano sirvió para el desarrollo del sistema colonial en las ciudades de América Latina. En cualquier caso siempre fue una norma la colaboración de la población nativa. Para ello fue necesario al tiempo que se estructuraba la ciudad, la creación de ordenanzas de vecinos, reparto de solares y tierras y la delimitación de los bienes comunales, entre otros, para conseguir el doble objetivo de concentrar a la población indígena dispersa y formarla municipalmente.

La trazas de la ciudad y su morfología histórica se fueron construyendo a partir de los fundos agrícolas, que pasaron a convertirse en barrios que conservaban una identidad propia. Existía en ellos una organización vecinal que generaba proximidad y confianza entre los residentes. Esta organización sin embargo, se ha visto truncada por el crecimiento demográfico de las últimas ocho décadas, que ha acelerado un proceso de crecimiento urbano sin precedentes, debilitando las relaciones y los intercambios entre las poblaciones y los ecosistemas, afectando también a las políticas ambientales. Las condiciones anteriores han hecho inviable la capacidad de soportar la nueva densidad de las áreas urbanas de la costa norte peruana, de por sí muy vulnerable al cambio climático, los desastres naturales y las tensiones sociales, hechos que se ven agravados por la actual pandemia.

Asumimos que la vida urbana representa una gran cantidad de oportunidades para los habitantes de la ciudad, sin embargo hemos constatado que un gran porcentaje de población no se adapta a las demandas de la vida en comunidad. Por lo tanto, se plantea como una expresión de deseo y oportunidad que por fin se reclamaran las reivindicaciones que desde hace unos años se está haciendo desde la cultura arquitectónica y grupos sociales minoritarios, podríamos pensar también que algunas transformaciones que parecían muy ambiciosas están siendo ya parte del ideario de la arquitectura y el urbanismo del presente.

Una ciudad tiene muchas escalas de diseño y de gestión: la vivienda doméstica, el edificio plurifamilar, la calle, los barrios y los distritos que descentralizan la ciudad, las áreas metropolitana y las regiones. Chiclayo tiene que dejar de ser una ciudad asimétrica que se expande desde su centro a la periferia y organizarse entorno a barrios o unidades vecinales autosostenibles, que satisfagan las necesidades de recreo, trabajo y descanso de todos sus vecinos. En este caso, estaríamos frente al reto de indagar e interpretar la ciudad, desde sus barrios, entendido como un sistema sociofísico de identidad y ambiente de referencia directo para el vecino de la misma. He aquí una línea de investigación posible desde un hipotético urbanismo ambiental alternativo, que bien podría considerar la ciudad como una compleja articulación de lugares.

Por esta razón, sugerimos que el futuro de Chiclayo parte por un modelo distribuido de barrios productivos autosostenibles conectados, en los que sea posible llevar lugares de trabajo a los barrios residenciales y viceversa, donde se produce toda la energía, parte de los alimentos y de los productos necesarios para la subsistencia de la población. Estos barrios a su vez deben articularse con una red de infraestructura verde acompañada de ciclovías que garanticen el desplazamiento a pie o en bicicleta a los nodos densos del núcleo urbano en lugar de viajar por medios mecánicos a los centros densos. Estas ‘vaguadas naturales’ son modelos de sostenilbidad donde se prioriza la sombra como guía y el paseo y la bici sirven para hilvanar un espacio público activado.

Para garantizar el funcionamiento de estas unidades vecinales debemos asegurar ciertos estándares. Cualquier persona, independientemente de su edad, debe tener la posibilidad de acceder a su trabajo o centro educativo en distancias no superiores a los quince minutos a pie. No sólo el centro de trabajo o los colegios, sino que los mercados y otro equipamientos, incluidos los culturales, deben situarse en estos estándares de desplazamientos.

Creemos que una ciudad compuesta por barrios autosuficientes y en red reduciría la movilidad obligatoria para los chiclayanos al permitir el uso mixto y proporcionar vivienda, trabajo y ocio a una distancia caminable, lo que finalmente conseguirá una ciudad compacta, densa y sostenible.

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