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Articulos Opinión

La humanidad: un don de la convivencia

Por: Víctor Hugo Palacios Cruz
Docente de la Facultad de Humanidades USAT

En una entrevista de 1972, el rockero y artista David Bowie declaraba: “el futuro será increíblemente tecnológico. No habrá un sistema triangular, no vamos a volver al orden real de las cosas”. Vaticinio certero formulado décadas antes de la expansión de internet, cuando tenía casi la misma edad del millonario Donald Trump (24 años), quien vendría a invocar, durante su reciente y canallesca vida política, la existencia de “hechos alternativos”, esa red de negaciones y falsedades urdida por miles de operarios a sueldo y replicada por la credulidad de otros miles de internautas, con el fin no de defender la “grandeza” de su país ni ninguna otra noble causa, sino por el contrario, y tan cínicamente, de arropar y expandir sus negocios personales.

“Hechos alternativos” como el terraplanismo, la negación del cambio climático, la irrealidad de la pandemia o la malignidad de las vacunas, patrañas que deben su éxito, con consecuencias tristemente fatales, a la capacidad que tiene el cosmos digital para hacer posible la tesis de los infinitos mundos por la que Giordano Bruno fue acusado de herejía, o para volver terreno el universo paralelo y ficticio inventado por una sociedad secreta del que habla el cuento de Borges “Tlön Uqbar, Orbius Tertius”.

¿Cuántos de nosotros hemos subido al Everest para certificar que se trata, como todos cuentan, del pico más alto del planeta?

A menudo se olvida que nuestra pequeñez, así como la difícil reunión de todas las miradas impiden que tengamos un conocimiento de primera mano de la inmensa mayoría de las cosas que existen o suceden en todos los tiempos y lugares. De ahí nuestra necesidad de confiar en el testimonio ajeno, en la palabra de aquellos que, por las más variadas razones que no excluyen lo arbitrario, se invisten de alguna autoridad. Como no podemos verlo todo, tendemos a creer en quienes afirman haber visto lo que dicen. ¿Cuántos de nosotros hemos subido al Everest para certificar que se trata, como todos cuentan, del pico más alto del planeta?

La multiplicación de los libros gracias a la imprenta, así como la evolución de nuestros instrumentos de estudio (en especial a partir de la aparición de telescopios y microscopios en el siglo XVI) ayudaron a reducir el rechazo a la ciencia, pese a lo cual la disputa entre geocentrismo y heliocentrismo es una de las mayores muestras del tortuoso camino que puede seguir una verdad para obtener la aceptación de las instituciones de una sociedad.

Pero también es cierto que la arrogancia científica, en particular la del positivismo del siglo XIX y en el presente la del utopismo tecnológico, ha resultado contraproducente y reafirmado a muchos en su adhesión al misterio, la creencia y la magia. Pienso que muchas veces por la muy justa razón de que tampoco el método científico puede barrer forzosamente con la totalidad de los “hechos” y que hay capas de lo existente nada imaginarias que tienen otro nivel de actuación y de comprobación.

¿Quién puede negar que innumerables situaciones humanas, individuales o colectivas, pueden ser perfectamente descritas por un mito como el de Sísifo?

Nada más decisivo que la física cuántica para convencernos de la conveniencia de la modestia y la cautela en nuestros juicios, más aún si recordamos lo que demostró Heisenberg hace casi un siglo con el “principio de la incertidumbre”, según el cual nuestros medios de observación repercuten sobre el movimiento de las partículas más imperceptibles de la materia que examinamos. Lo que, finalmente, lleva a la insospechada conclusión de que quizá todo lo expuesto con orgullo por la ciencia no sea más que lo que había dicho Kant: un conjunto de ideas determinadas por la influencia de nuestras propias condiciones de pensamiento y de percepción.

Es en este sentido que hay viejas “verdades” que han dejado de serlo o que solo “lo son” en la medida en que quienes las profesan no tienen acceso a la información o, simplemente, poseen un convencimiento personal o grupal que ninguna sabiduría y ni siquiera los hechos más a la vista tienen el mínimo poder de contrariar. La fe en los signos zodiacales es uno de entre cientos de ejemplos de esta laya.

Lee el artículo completo, aquí.

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