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Articulos Opinión

La educación superior y las lecciones de una pandemia

Por: Dr. Pedro Pablo Rosso
Pontificia Universidad Católica de Chile
ODUCAL

Señor Gran Canciller, autoridades presentes, miembros de la comunidad universitaria de Santo Toribio de Mogrovejo ¡Muy buenos días! Mi saludo más cordial a todos y a cada uno de ustedes. Con especial afecto saludo a la Dra. Patricia Campos, rectora de la Universidad, a quien agradezco su invitación a participar en este acto académico en el que celebran y agradecen a Dios el vigésimo tercer aniversario de la fundación de esa benemérita institución. ¡Mi abrazo fraterno a la rectora Campos lo hago extensivo a toda su comunidad universitaria, junto con mi ferviente deseo que la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo semper vivat crescat et floreat!

Me encuentro en un simpático pueblo a orillas del lago Llanquihue, en el sur de Chile, pasando unos días de descanso. En mapudungun, el idioma de los pueblos originarios de estas latitudes, “llanquihue” significa “lugar escondido”. Les menciono mi ubicación geográfica, porque ejemplariza las nuevas circunstancias que nos ha tocado vivir y sufrir a causa de la pandemia de SARS-Covid 2, sobre las que hablaré hoy. A partir de marzo del año pasado, en las instituciones de educación superior de todo el mundo se han hecho habituales los encuentros de este tipo, porque hemos aprendido a enseñar, trabajar y compartir en esta nueva dimensión telemática,

Hoy, cuando la trágica emergencia sanitaria que motivó esas circunstancias comienza a declinar, junto con lamentar la pérdida de tantas vidas, las comunidades universitarias del mundo se están preguntando: ¿Volveremos a la tan añorada “normalidad de antes” o hay cosas de nuestra cultura académica que, a causa de la pandemia, han cambiado para siempre? ¿Cuáles son los elementos perdurables y cuáles los desechables de la dura experiencia que hemos vivido?

 

En esta presentación, titulada “La educación superior y las lecciones de una pandemia”, compartiré con ustedes mis respuestas y las de otros académicos a esas preguntas. A este respecto, quisiera comentarles que este tema ha sido motivo de una sorprendente cantidad de publicaciones, lo que, de por sí, manifiesta la trascendencia histórica de las circunstancias que han debido enfrentar las instituciones de educación superior de todo el mundo.

De sus muchas facetas, el impacto se expresa principalmente en tres dimensiones: 1) la rápida adopción de actividades docentes y administrativas a distancia; 2) una disminución considerable en las actividades de investigación; y 3) estrés económico- financiero.

Los invito a analizar estos aspectos:

1) Actividades docentes y administrativas a distancia; El imperativo del distanciamiento físico entre las personas, sumado a las cuarentenas obligatorias, motivaron el cierre de las universidades. Para evitar la suspensión de los programas de estudio durante un periodo prolongado, las universidades se vieron obligadas a instalar plataformas de docencia online. El uso intensivo de las tecnologías de la comunicación no fue algo enteramente novedoso. Al iniciarse la pandemia, muchas universidades ya estaban ofreciendo programas de estudio no-presenciales, principalmente a nivel de diplomados y maestrías, pero la mayoría de ellas tuvo que “partir de cero”, con todas las consecuencias esperables de una improvisación de esa complejidad y a esa escala. En general, las comunidades universitarias son consideradas cautelosas, para no decir resistentes al cambio, cuando se les propone utilizar innovaciones docentes. Por este motivo, la rápida y adecuada adopción de la enseñanza virtual representa un hecho destacable.

Lograr esa meta implicó inversiones significativas en tecnología, tanto para la implementación de las plataformas institucionales como para aquellas destinadas a aminorar las dificultades de conexión a Internet de muchos estudiantes. Tal como ha comentado José Antonio Quinteiro, coordinador de programas de la UNESCO IESALC, en América Latina y el Caribe esto representó un trabajo gigantesco. Nuestra región tiene, aproximadamente, 25 millones de estudiantes de educación terciaria. En promedio, solo un 45% de los hogares en las áreas urbanas dispone de una conexión fija a Internet mientras que en las zonas rurales esta cobertura es más baja. Considerando que el 40% de las comunidades indígenas en la región se encuentran enclavadas en entornos rurales, ello supone un gran contingente poblacional en riesgo de exclusión o desvinculación del proceso educativo.

Pero tan complejo como la adquisición e instalación de la infraestructura tecnológica fue capacitar a los profesores universitarios a hacer un buen eso de ella. En su inmensa mayoría, nuestros docentes estaban acostumbrados a la enseñanza tradicional, de clases magistrales, y, por lo mismo, fueron compelidos a trasladarse al territorio, para ellos inexplorado, de la enseñanza online, aprendiendo el uso de plataformas como: Google Meet, Zoom, o Microsoft Teams, entre las más utilizadas.

Simultáneamente, mientras asimilaban las particularidades de esos sistemas, debieron adaptar todo el material de apoyo docente “tradicional” a otro compatible con la modalidad virtual. Para la mayoría de los profesores esto significó, literalmente, “reinventarse”. Algunos lo lograron satisfactoriamente, pero muchos otros solo pudieron ofrecer lo que ha sido caricaturizado en la literatura anglosajona como el “coronateaching”. Vale decir, el uso de los recursos tecnológicos disponibles para la docencia online como si estuvieran en un aula, manteniendo los mismos contenidos y recursos pedagógicos.

Las consecuencias de esa mala adaptación fueron negativas para los estudiantes. Aunque, como buenos “nativos digitales” la inmensa mayoría de elllos no tuvo dificultades con los aspectos tecnológicos de la docencia virtual, un número significativo no ha disfrutado la experiencia. Los problemas detectados son de varios tipos. Para algunos, las principales dificultades fueron la mala calidad de las conexiones disponibles en casa o la falta de espacios apropiados para el estudio. Para otros, fue el aislamiento de sus pares y la sensación de sentirse abrumados por la sobrecarga de contenidos y la monotonía de la sucesión de clases de igual formato. Esto último, como consecuencias de los problemas antes mencionados relativos a la docencia tipo “coronateaching”. Todo la anterior explicaría el aumento observado en el porcentaje de casos de estados de ansiedad y estados depresivos.

2) Contracción de la investigación científica: En el nivel de las instituciones, la paralización de los laboratorios y la imposibilidad de realizar estudios de campo, encuestas y otros medios para investigar, significó para muchos académicos y tesistas abandonar sus actividades habituales. No obstante, esta lamentable situación los consoló con el beneficio de disfrutar el ocio académico de un “sabático” no solicitado.

Eso les otorgó más tiempo para pensar, analizar e interpretar resultados no publicados, revisar literatura, intercambiar ideas y diseñar nuevos estudios. A propósito de esto, los historiadores nos han recordado que, con motivo de la última gran plaga de peste bubónica que asoló Europa, la Universidad de Cambridge debió cerrar sus puertas; y eso permitió a Isaac Newton, profesor en esa institución, pasar una larga temporada en su casa, en el campo, donde dispuso del tiempo y la tranquilidad necesarios para desarrollar buena parte de las teorías del cálculo diferencial y de la gravitación universal. De esta última se dice que fue inspirada por las cavilaciones motivadas por la observación de la caída de una manzana. Obviamente, a diferencia de nuestros investigadores, durante ese lapso Newton no tuvo que dictar clases virtuales desde su refugio campestre…

A nivel del sistema universitario global, la necesidad de estar aislado, pero, a la vez, conectado con los pares académicos, trabajando “en línea”, ha motivado loables iniciativas de investigación multidisciplinar y asociativa interinstitucional. Destaco, como loable ejemplo, el acercamiento que se produjo entre médicos clínicos, epidemiólogos y biólogos de diversos continentes. Apenas sonada la alarma de pandemia, comenzaron a constituir equipos de trabajo con un espíritu de colaboración sin precedentes. Se unieron, entre otros objetivos, para organizar ensayos Fase III de vacunas, mejorar la trazabilidad y diseñar ventiladores mecánicos. A su vez, estas alianzas se articularon con el sector empresarial farmacéutico para producir vacunas a gran escala. La idea era compartir toda información que pudiera servir para detener la propagación del virus y la mortalidad consecuente.

Lo anterior aceleró una tendencia que había comenzado a emerger antes de la crisis sanitaria. Me refiero a las comunicaciones “preimpresión” (preprint), artículos científicos sobre temas candentes divulgados antes de tener la aprobación de un comité editorial. De esta manera, resultados que desde su presentación a una revista hasta su publicación podían demorar más de un año para darse a conocer, ahora pueden estar disponibles para la comunidad científica minutos después de que los autores así lo decidan. Creo que tanto la mayor colaboración nacional e internacional, como un sistema de publicaciones científicas más ágil perdurarán después de la pandemia.

3) Estrés económico-financiero: Durante la pandemia las instituciones de educación superior han debido enfrentar diversos gastos no presupuestados provocados por la emergencia sanitaria, principalmente aquellos relacionados con el equipamiento tecnológico para la docencia a distancia y para asegurar la adecuada conectividad de profesores y estudiantes. Lo mismo, aunque menos onerosas, fueron las inversiones para el trabajo no presencial del personal administrativo.

Paralelamente, las universidades sufrieron una contracción de sus ingresos por una disminución en el número de estudiantes matriculados. A su vez, eso se habría debido a deserciones o suspensiones temporales. Otras fuentes de ingresos, como la matrícula de estudiantes internacionales cesaron y la realización de seminarios, foros y jornadas, muchas de las cuales generan utilidades, debieron ser canceladas. En este contexto, en varios países de nuestra Región, las universidades del Estado han debido enfrentar reducciones presupuestarias inesperadas en sus fondos basales y en las partidas para actividades de investigación.

Habiendo descrito los ámbitos de la vida universitaria más afectados por la pandemia, los invito ahora a revisar las lecciones aprendidas de cada una de ellas y de qué manera esas experiencias podrían plasmar el futuro próximo de profesores, personal administrativo y estudiantes.

Aunque menos abundante que la literatura sobre la crisis misma, pero en números significativos, son muchos los ejercicios de futurología que ha motivado el impacto de la pandemia en la educación superior. Los ensayos disponibles coinciden en pronosticar que la pandemia ha cambiado el porvenir de la educación superior en cuatro áreas: a) la docencia, b) la investigación, c) el trabajo administrativo, y d) la internacionalización.

a) La docencia: Con respecto a la docencia, son muchos los que han planteado que los tiempos de crisis también son tiempos de oportunidades y, en el caso de la docencia universitaria, la puesta en marcha de la docencia a distancia impuesta por la pandemia como única alternativa viable, ha significado un cúmulo de experiencias, aprendizajes y desafíos que marcarán el inicio de una nueva etapa.

Resulta fácil imaginar que muchas instituciones iniciarán un proceso de adopción de programas de estudio que ofrecerán una combinación de experiencias de docencia presencial y a distancia. Al respecto, nadie discute el hecho de que las universidades mantendrán proyectos educativos presenciales, pero agregarán un componente a distancia. Esta posibilidad permitirá que la educación superior ofrezca caminos de formación más flexibles, personalizados e inclusivos. A lo cual agregaría que, además, serán más consonantes con el objetivo de servir como base inicial para procesos de aprendizaje de “toda la vida”.

Seguramente, a medida que el apoyo tecnológico se perfecciona, la educación a distancia ofrecerá alternativas pedagógicas más sofisticadas que las actuales, lo que, según algunas predicciones, incluirá herramientas para facilitar la interacción, como: “realidad virtual”, “realidad amplificada”, inteligencia artificial, hologramas y sistemas de aprendizaje adaptativo”. Todo lo anterior requerirá una capacitación docente de los profesores mucho más exigente que la actual.

Sin embargo, algo que los avances tecnológicos antes descritos no podrán reemplazar, por lo menos durante el presente siglo, son las prácticas de algunos programas de estudio que requieren proximidad y contactos personales, como sucede en aquellos de las ciencias de la salud. Igualmente ocurre en el caso de las prácticas de laboratorio o las visitas a terreno.

Más que la implementación de una “universidad virtual” comenzaría a emerger una nueva forma de enseñar, cuyas características y metodologías pedagógicas serán necesariamente distintas de aquellas utilizadas en las clases presenciales. Cada universidad deberá diseñar su oferta educativa de acuerdo con su misión y recursos, pero, para la implementación de esas novedades necesitará la colaboración de sus pares, compartiendo experiencias y buenas prácticas. Lo anterior implicará la incorporación de tecnologías nuevas compatibles y el uso compartido de recursos, incluyendo la posibilidad de compartir cursos. De paso, todo ello podría significar una importante reducción de costos.

En el ámbito de la colaboración interinstitucional futura, parece realista pensar que algunas redes universitarias pudieran ofrecer a sus afiliados cursos en áreas de interés común donde escasean los expertos. En el caso de la ODUCAL, vienen a la mente temas como Doctrina Social de la Iglesia, Antropología Cristiana, Filosofía Personalista o Teología Fundamental. En este ámbito, la posibilidad de “movilidad virtual” surge también como una gran oportunidad para ofrecer cursos de muchas otras asignaturas.

b) La investigación: Hay numerosos hechos que indican que la pandemia ha motivado un mayor interés y mayor confianza en la ciencia. Tanto la asombrosa rapidez con que fueron desarrolladas las vacunas anti-corona virus, como la apreciación de los muchos aspectos del problema que permanecen desconocidos, le han dado a la ciencia un nuevo estatus en el imaginario colectivo.

Sin embargo, en esta esfera no me hago muchas ilusiones de un cambio positivo. Hasta ahora, ninguno de los gobiernos de esta región ha manifestado intenciones de incrementar el apoyo a la actividad científica. Al respecto, es necesario señalar que en América Latina la inversión en ciencia, tecnología e innovación ha cumplido una década de estancamiento con respecto al porcentaje del PIB que se destina a ella. Siempre hay otras urgencias coyunturales.

¿Por qué esta falta de comprensión sobre el papel del conocimiento como llave del progreso? Hago mío el diagnóstico del filósofo y ensayista español Daniel Innerarity: “Nuestros sistemas políticos están enfocados casi exclusivamente en la gestión del presente…Somos una sociedad que solo reaccionamos ante el peligro inminente, visible y mortal”.

En ese contexto, las universidades de investigación latinoamericanas, casi todas universidades públicas, no tendrán más alternativas para continuar progresando que buscar alianzas simbióticas cada vez más estrechas con la industria, la que, a su vez, está siendo denostada y denunciada por los gobiernos populistas de turno. Perdonen mi pesimismo, pero en este ámbito creo que América Latina ya ha hipotecado su futuro por lo que queda del presente siglo.

c) El trabajo administrativo: Hay dos aspectos a los que me voy a referir. La administración de las universidades con respecto a sus finanzas y el futuro del trabajo a distancia. En lo relativo a las finanzas, dado que no tengo formación en esta área, me limitaré a algunas apreciaciones generales. En primer lugar, pienso que el futuro inmediato será distinto para las universidades privadas y públicas. Las primeras deberían recuperar sus pérdidas a medida que se dinamizan nuevamente las economías locales y, en consecuencia, considero que superarán pronto la situación actual.

En el caso de las universidades públicas, creo que tienen un panorama más incierto. La mayoría de los estados latinoamericanos está saliendo de la pandemia fuertemente endeudados y eso los obligará a una austeridad fiscal que, entre otros recortes presupuestarios, implicará dolorosos ajustes en los presupuestos universitarios y fondos de apoyo a las actividades de investigación. Esto ya se está insinuando en las discusiones del presupuesto para el próximo año fiscal.
Con respecto al trabajo a distancia, tanto de académicos como del personal administrativo, creo que ha sido otra de la “revoluciones” impuestas por la pandemia. En lo personal, ha servido para el autoconocimiento. Algunos han constatado que sus horarios más productivos no coinciden con los antiguos horarios de oficina. O que el evitar los desagrados y tiempo perdido en el transporte repercute favorablemente en sus estados de ánimo. Muchos, especialmente las madres, han disfrutado la oportunidad de compartir más tiempo con sus hijos. Por el contrario, también ha resultado problemático para quienes carecían en sus hogares de las condiciones de espacio y privacidad necesarias o no tenían la disciplina personal para mantener el ritmo de trabajo sin la supervisión de otros.
Es importante que las universidades exploren esta realidad y actúen en consecuencia, porque el regreso al trabajo presencial pueden ser motivo de tensiones. El desafío es intentar acoger, con la debida flexibilidad y equidad, las experiencias positivas.

d) La internacionalización: La pandemia paralizó la movilidad estudiantil y académica, las dos caras más aparentes de la internacionalización de la educación superior. Esto impactó negativamente a los países y a las instituciones que consideran la movilidad internacional como una fuente de prestigio y de recursos económicos. A modo de ejemplo, en Europa, durante el año 2020, el 50 por ciento de los estudiantes cambió su programa de intercambio a modalidad virtual
La posibilidad de una movilidad virtual ha permitido que, en este aspecto, la internacionalización se haya hecho más sustentable e inclusiva. Con respecto a esto último, ha contribuido a aminorar la inequidad en el acceso a la movilidad estudiantil por razones de un ingreso familiar bajo.
La experiencia ha creado la posibilidad de que las universidades puedan ampliar sus programas de movilidad y la internacionalización del currículo sin una mayor inversión de fondos. Sin duda, una perspectiva que resulta tan atractiva como innovadora. Este es uno de los grandes retos: desmitificar la idea de que la movilidad presencial se constituye en una vía única e ideal para participar en una experiencia internacional. Nuevamente, no es un tema reciente, pero la pandemia lo puso en el centro de la discusión.

Quiero finalizar, manifestando mi convicción personal de que la universidad del futuro continuará siendo presencial. Esto no obsta la posibilidad de que complemente y diversifique su oferta educativa con oportunidades no presenciales. Soy una de las personas que creen que las universidades deben ser escuelas de vida para sus estudiantes y que el encuentro personal de maestros y estudiantes es el ámbito en el que eso ocurre.

En ese sentido, comparto plenamente las palabras que San Juan Pablo II, que durante muchos años fue un docente universitario, dedicó a los profesores universitarios católicos de Italia, reunidos en Roma (5/X/2001 n.2) initándolos a ser instructores, educadores y formadores. Decía en esa oportunidad: “El docente es un maestro que [ ] instruye, en el significado originario del término, es decir, da una aportación fundamental a la estructuración de la personalidad; educa, según la antigua imagen socrática, ayudando a descubrir y activar las capacidades y los dones de cada uno; forma, según la comprensión humanística, que no reduce este término a la consecución, por lo demás necesaria, de una competencia profesional, sino que la encuadra en una construcción sólida y en una correlación transparente de significados de vida”.

Muchas gracias y ¡Feliz aniversario! Que el Señor continúe bendiciendo vuestro trabajo, vuestras familias y vuestra Universidad.

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